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Historia de la Encuadernación




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Historia de la Encuadernación del libro


La encuadernación del libro en la Edad Media

Muy pronto, recién comenzada la Alta Edad Media las tapas de madera que protegían los códices, empezaron a recubrirse de cuero, que se adornaba con distintas representaciones que se estampaban con la llamada técnica del gofrado (muy habitual en la época carolingia), consistente en la estampación de la decoración en seco.

A partir del siglo VIII por lo menos, la encuadernación occidental se caracteriza por el empleo de un sistema de dos nervios. Originalmente, se trataba de nervios auténticos de buey pero progresivamente se los sustituyó por pergamino enroscado, tiras de piel o un cordel doble y se forraban con dos tallas muy fuertes en las cuales se solían incrustar adornos metálicos como clavos (cabujones y ballones), esquinas y cierres.


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El revestimiento externo por lo general es de piel y algunas veces de terciopelo, mientras que la parte interna de las tablas va protegida normalmente por una hoja de pergamino nuevo o usado. El empleo de un bifolio en este sitio equivale a colocar una guarda volante al inicio del volumen y ayuda a preservar el comienzo del texto, que solía dañarse mucho en los manuscritos modestos.

A lo largo de la Edad Media se siguieron usando las mismas pautas, distinguiéndose entre las encuadernaciones de cuero y orfebrería, usadas en libros litúrgicos o las de pergamino usada en los manuscritos corrientes.


En la Baja Edad Media, la encuadernación pasa a ser de cuero que recubría las tapas de madera. A la técnica del gofrado se añade la del repujado que se realiza sobre el cuero humedecido.

Con la aparición de las Bibliotecas, las obras más solicitadas se ataban a los pupitres de consulta para evitar los robos por lo que a veces los broches que cerraban los libros aparecían con cadenas de hierro unidas a la encuadernación por las tapas para sujertar el libro al pupitre de lectura o al estante de la biblioteca.


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A partir del siglo XII, algunos manuscritos se cubren además con un envoltorio de piel y tela, una especie de funda que puede ir cosida o no a la cubierta original y que generalmente es mucho más grande que ésta. Además de aumentar la protección del libro cuando está cerrado, la misma puede servir como soporte para apoyar el libro una vez abierto. Las encuadernaciones cistercienses antiguas son una ilustración perfecta del uso de esta "segunda piel" en el ámbito monástico


Al final de la Edad Media, la encuadernación alcanza su sentido más artístico. Al uso de pieles, se añaden las ricas telas, los bordados con aljófar, pedrería y esmaltes. Escribe Vicent de Lerins: “Acierta quien decora los Evangelios con oro, plata y piedras preciosas, pues en estos libros relumbra el oro y la sabidiuría de los cielos, en ellos brilla la plata con una elocuencia fundamentada en la fe”. La influencia árabe se extiende por toda Europa y de ellos se tomará el empleo del cartón, usado como soporte para las encuadernaciones flexibles, tomando a veces la forma de cartera, que se adaptaba al libro encerrándolo en una especie de estuche.

Los tacos de madera en relieve con los que se decoraba la piel , se gastaban rápidamente por lo que pronto son sustituidos por otros realizados en hierro o cobre que además, podían ser calentados con lo que se conseguía una traza más profun da y neta sobre el cuero del motivo a grabar y además, en menor tiempo. Estas placas fueron designadas con el nombre de hierros y en recuerdo de sus predecesoras que no resistían el uso del fuego se les llamó 'hierros fríos'. Cuando se usaba el oro, se llamaban 'hierros dorados'. El uso de estos hierros se completó en el siglo XV con la invención de lal rueda que no era otra cosa que un disco de cobre unido a un mango y terminado en horquilla por su centro con la que se pueden ejecutar todo tipo de filetes o motivos.

Con el empleo del oro en la encuadernación, la Edad Media legó a épocas posteriores un oficio totalmente evolucionado que dió lugar a encuadernaciones que han sido orgullos de bibliotecas y bibliófilios de todo el mundo.


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Nulla dies sine linea.
Plinio 'El Viejo'.

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