La quema de libros en el siglo XVI A mediados del siglo XVI numerosos libros fueron quemados pues era el método más rapido de librarse del material delicado. Numerosos documentos lo atestiguan. Así, un jesuita que actuaba en el Santo Oficio de Barcelona en 1559 informa: “por siete o ocho vezes hemos quemado aquí en casa montones de libros”.

En 1561 un oficial sevillano preguntó que debía hacer con los numerosos libros que había reunido. Entre ellos había un numeroso conjunto de libros de horas que podían ser expurgados. “quemarlos” respondió la Inquisición. ¿Y las Biblias?” … “Quemarlas”. ¿Y los libros de medicina muchos de ellos con contenido supersticioso?...”Quémalos también”
Los libros prohibidos en España En 1564 se publicó el Indice de libros prohibidos, por parte del Concilio de Trento. En España se publicaron varios: 1559, 1564 y 1571. Pero sin duda, destaca el Indice publicado en dos gruesos volúmenes llamados Indice de libros prohibidos (1583) e Indice de libros expurgados (1584) bajo los auspicios del inquisidor general Gaspar de Quiroga, ayudado por Juan de Mariana. El mismo dice:” Trabajé tanto como el que más. Así tuve mucho tiempo cuatro escribientes juntos ocupados en ayudarme”. El índice contenía 2315 libros (el triple que el anterior). En el estaba incluida la totalidad del mundo intelectual europeo pasado y presente, entre ellos autores clásicos y Padres de la Iglesia.

Muy raramente los inquisidores iban a la búsqueda de libros para censurarlos. Contaban con largas listas que los guiaban y eran los lectores quienes movidos por el celo religioso, llamaban su atención sobre otros títulos. También se apoyaban en “expertos”, que en sus primeros tiempos fueron dominicos y luego franciscanos o jesuitas.
Burlando a la Inquisición La censura impuesta por la dura Inquisición en la península era esquivada escondiendo los libros habitualmente en la carga de los buques que llegaban a los puertos españoles.
Así, en 1581 la Inquisición insistió en que “es necesario no contentarse con ver las mercaderías, sino además entre los cofres y camas de los marineros que son los que ordinariamente saben encubrir los libros”.

Introducir libros prohibidos en España era un delito castigado con la muerte.
El primer "Best-seller" de la historia Muchos opinan que La cabaña del tío Tom fue el primer “best seller” de la historia. Aunque publicado originalmente en 40 entregas en el periódico “National Era” en 1852, al año siguiente salió la edición en libro en un sólo volumen de la que se vendieron la entonces sorprendente cifra de 300.000 copias. Los dos Euclides Euclides de Megara, era discípulo de Sócrates y amigo de Platón y nada tenía que ver con Euclides de Alejandría, autor de los célebres Elementos de Euclides. La confusión venía de lejos pues el retórico Romano Valerius Máximus, en su colección de Obras y dichos memorables, narra una historia en la cual los sacerdotes de Delos para acabar con una plaga consultan a los oráculos quienes dicen finalmente a los sacerdotes que consulten a Euclides el geómetra. A partir de entonces, todos los lectores han identificado este Euclides con el autor de los elementos, llegando la confusión hasta el siglo XIX.

Para saber más, mira en la sección "Libros raros II" de esta misma web.
Plinio "El Viejo" Plinio “el Viejo” fue el autor de la conocida Historia Naturalis, obra monumental tanto por su contenido como por su extensión. En el prefacio, el autor afirma haber recogido 20.000 hechos recolectados de unos 2.000 libros y unos 500 autores selectos tanto de la época romana como de civilizaciones anteriores como la egipcia o la griega. Las listas que todavía existen de sus fuentes ascienden a 146 latinos y 327 no latinos (mayoritariamente griegos), así como otras fuentes de información. San Agustín llegó a decir: “Tanto leyó, que resulta cosa inexplicable cómo le pudo quedar tiempo para escribir; mas, por otra parte, escribió a su vez tantas obras que apenas pudo quedarle tiempo para leer una sola”.

El relato de sus últimas horas es contado en una interesante carta que su sobrino y heredero, Plinio el Joven, dirige, 27 años después de los hechos, a Tácito:
Comenzaba a trabajar al salir el día.... No leía nada sin hacer un resumen porque decía que no había libro, por malo que fuese, que no contuviera algún valor. Estando en casa, sólo excluía la hora del baño para estudiar. Cuando viajaba, y había sido descargado de otras obligaciones, se consagraba únicamente al estudio. En una palabra, consideraba como perdido el tiempo que no podía dedicar al estudio.
Marco Antonio Raimondi Marco Antonio Raimondi, fue un grabador con gran influencia en los talleres de Italia, Alemania y Francia. Residiendo en Venecia a principios del siglo XVI realizó copias grabadas de xilografías de Durero falsificando, incluso, su característico anagrama aunque no fue al único que plagió ya que también lo hizo con Rafael, Peruzzi o Giulio Romano.

Durero diría en 1511, refiriéndose a su obra La Vida de la Virgen “maldito quien pretenda robar y ampararse del trabajo de invención del prójimo,” llamando la atención las múltiples demandas interpuestas a Raimondi.

Finalmente, el Senado Veneciano tomaría cartas en el asunto y estimando que la copia en metal de grabados en madera no revestía mala fe, dictaminó que autorizaba la copia de la obra pero no el anagrama de su autor.”
Wilfrid Michael Voynich Wilfrid Michael Voynich (1865–1930) fue un bibliófilo lituano, nacionalizado estadounidense que comenzó a interesarse por los libros, manuscritos y catálogos antiguos: prosperó muy rápidamente (todavía no está muy claro el origen de sus recursos económicos iniciales) y estableció un importante comercio de libros raros en Soho Square a donde acudían muchos coleccionistas de todo el mundo.

En 1912 halló en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, Italia, el manuscrito que hoy lleva su nombre y que compró a bajo precio junto con otros manuscritos y libros antiguos (parece ser que la orden necesitaba desesperadamente el dinero para arreglar el colegio); intentó descifrar su contenido remitiendo copias del mismo a diversos expertos, aunque sin resultado alguno. En noviembre de 1914, embarcó en el célebre RMS Lusitania —hundido por un submarino durante la contienda— y se mudó a Nueva York con parte de su gran colección de libros, donde continuó con su oficio de librero especializado en textos raros hasta su fallecimiento en 1930.
José Toribio José Toribio era un bibliófilio chileno que fue ampliamente difamado por razones políticas. Entre los rumores que se propagaron figuraba los trucos que usaba para saquear las bibliotecas con ayuda de sus cómplices. Así, Toribio se hacía acompañar con una secretaria que fingía un desmayo, distrayendo al personal de la biblioteca. En esos momentos, aprovechaba el bibliófilo para robar el manuscrito o el libro deseado. Los libros diminutos (I) Las noticias más antiguas que tenemos sobre la creación de libros diminutos, se remiten a Cicerón que refiere el caso de un hombre que escribió la Ilíada en un espacio tan reducido que cabía en una cáscara de nuez. La anécdota atormentó durante siglos a muchos eruditos en asuntos banales, hasta que en 1670 el Obispo de Abranches demostró que era posible.

Eran años en los que todos los hombres querían sentirse cerca de Dios, muchos libros eran de carácter religioso y algunos lectores querían llevarlos siempre de la mano, sujetos a un asa o colgados del cinturón. La palabra de Dios convertida en un talismán pensado para estar en contacto con el propio cuerpo. Pero llegó un momento en el que el proceso de miniaturización cobró vida propia y caminó por si mismo, como para poner a prueba la suprema habilidad de los que podían dar forma a esos diminutos cuadrados de papel.

Peter Schöffer, un antiguo colaborador de Gutenberg, fabricó uno de sólo 94 milímetros de alto y en fecha tan temprana como el año 1475, Jenson alcanzó con un Officium Beate Marie Virginus los 89 milímetros. En 1674 el impresor Benedikt Smidt pulverizó todas las marcas confeccionando en Amsterdam el libro más pequeño que existió hasta 1900, un mediocre poemita titulado Bloem-hofje. Tan sólo sus 11 milímetros de alto por 9 de ancho y una delicada cerradura en la tapa nos evita leer semejante nimiedad.
Los libros diminutos (II) El siglo XVIII se estrenó con los mejores impresores de Europa soñando con la idea de fundir el juego de tipos más pequeño de la historia, que pensaban podría acarrear la gloria eterna a su creador. Henri Didot se aplicó a ello en cuerpo y alma, participando en una frenética carrera frente a los tipógrafos de todo el mundo. Por fin, a los 66 años, grabó su famosa letra Microscópica. Un diminuto tipo de 2,5 puntos de tamaño –menos de un milímetro– . Y así, desde 1830, se convirtió en una hazaña inalcanzable hasta que el italiano Antonio Farina consiguió lo que parecía imposible: grabó el Ojo de mosca. Con sus 2 puntos, el tipo más pequeño creado por la mano del hombre hasta el día de hoy. Sólo el tipógrafo Giuseppe Gech, al frente de un pequeño equipo de mártires, sacrificó tres años al delicioso tormento de componer una Divina Comedia que probara que él y sólo él era capaz de domar al Ojo de mosca. Cuando presentaron aquel librito en la Exposición Universal de París de 1878 lo saludaron como una de las maravillas del mundo, pues bastaban sus 57 milímetros de altura y el vértigo ante lo infinitamente pequeño, para asombrar en medio de aquella feria de portentos.

La admiración por haber conseguido dominar el Ojo de mosca se mezcló con cierto desprecio por los amplios márgenes del libro. Así que los despechados hermanos Salmin volvieron a la carga con La carta de Galileo a la señora Cristina de Lorena. La rabia dio su fruto y desde 1896, es el libro más pequeño del mundo impreso en tipografía. Sus 15 milímetros de alto por 9 milímetros de ancho, representan una de esas absurdas hazañas verdaderamente memorables que honran una vida: Giuseppe Gech volvió a coger con sus pinzas uno a uno los 24.102 caracteres del tamaño de la cabeza de un alfiler para colocarlos de nuevo en el componedor. Había que montar las formas, revisar las pruebas, tenían que corregir las erratas. No es de extrañar que muchos de los que consagraron sus ojos a terminar el trabajo arruinaran para siempre su vista.
Los libros diminutos (III) Tanto esfuerzo y bastaron cuatro años para que un tal Charles Hardy Meigs, de Cleveland, consiguiera empaquetar una traducción al inglés del Rubaiyat en lo que fue el nuevo libro más pequeño del mundo. Imprimió 57 ejemplares de 10 x 9 milímetros, pero ya no eran los viejos tipos móviles sino unos modernos procedimientos ópticos y químicos los que se usaron para lograr el nuevo récord. El siglo XX asistió a un proceso de lilipulitización cada vez más acelerado hasta que en 1985 la editorial escocesa Glennifer Press coronó a su particular campeón, un cuento infantil titulado Old king cole. Tan pequeño, 1 milímetro x 1 milímetro, que necesitarías de un alfiler para pasar sus páginas.

Finalmente un relato de Chéjov titulado Camaleón, que el siberiano Anatoly Konenko redujo en 1997 hasta unos imposibles 0,9 x 0,9 milímetros, apenas del tamaño de un grano de sal. Podio que disputa con un Zodiaco chino y su hipotético medio milímetro de diferencia.
Bartolomé José Gallardo José Toribio no fue el único en ser desacreditado por razones políticas. También lo fue Bartolomé José Gallardo. De éste se decía que con el pretexto de tener una mala vista, se colocaba junto a la ventana para ir arrojando los libros en cuanto veía la ocasión a un criado que se colocaba estratégicamente bajo la ventana.

Si quieres saber más de su vida, tienes su vida en la sección "biografías".
Stephen C. Blumberg Stephen C. Blumberg se considera uno de los grandes ladrones de libros de la historia. Fue sentenciado el 31 de julio de 1991 a 5 años y 11 meses de cárcel y a una multa de 200.000$. En total robó más de 23.000 libros y 10.000 manuscritos de al menos 268 universidades y museos de todo Estados Unidos y Canadá. Entre los 100 incunables que atesoró se encontraba por ejemplo, una edición de las Crónicas de Nuremberg.

Lector patológico, esquizofrénico , experto cerrajero y una persona hábil y calculadora.Los libros, eran almacenados en su casa de Ottumwa, Iowa donde eran almacenados en estanterías ocupando un total de 17 habitaciones. Su intención era convertirse en el mayor ladrón de libros robados del siglo, superando a su predecesor David Shim.

Tras salir de la cárcel, fue de nuevo arrestado y condenado en 2003 y 2004 por distintos robos en tiendas de anticuarios.
Las Biblias de Guttenberg De las 180 Biblias que Guttenberg publicó en 1455 quedan 42. De ellas, 10 en Alemania, 11 en Estados Unidos, 8 en el Reino Unido, 2 en Italia y España, 1 en Bélgica, Portugal, Dinamarca, Suiza, Polonia, Austria y Japón. Dos copias desaparecieron de la ciudad alemana de Leipzig tras la Segunda Guerra Mundial y aparecieron en Moscú. Otra se perdió definitivamente tras la destrucción de la Biblioteca de Leuven en 1914. Los Cuentos de Canterbury En 1998 la casa de subastas Christies vendió por 6.6 millones de dólares una de las primeras ediciones de Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. La edición de 1476 pertenecía al conde Fitzwilliam. El libro fue comprado a la misma casa de subastas en 1776 por 8 dólares. El primer manuscrito mecanografiado Se sabe que el primer escritor en mecanografiar un manuscrito fue Mark Twain. Sin embargo sus historiadores no se ponen de acuerdo si este fue el de la novela de Tom Sawyer tal y como afirma el autor en su autobiografía o el de la Vida en el Missisipi. Rodolfo II Hijo y sucesor del emperador Maximiliano II y nieto del emperador Carlos V, fue de carácter débil, enfermizo y excéntrico. Residió en el Castillo de Praga desde 1583 hasta su muerte en 1612. Pasaba de la apatía a la melancolía sin motivo alguno y fue muy aficionado a la alquimia, ciencia que conoció a la edad de once años en la corte de Madrid, donde se educó junto a su tío el rey Felipe II. También le interesaban la astrología, la magia y los juguetes mecánicos, especialmente autómatas, relojes y máquinas de "movimiento perpetuo".

Durante su reinado Praga hospedó a casi todos los destacados alquimistas de la época y en la Academia Alquimista Praguense . Rodolfo II fue famoso por la inmensa colección de manuscritos y libros raros de magia, alquimia, misticismo y otras rarezas que tanto le gustaban. A él perteneció el famoso Codex Gigas o Biblia del Diablo o el más conocido manuscrito Voynich que compró por la enorme cifra de 60.000 ducados -lo que según algunos pudo justificar que el manuscrito fuese simplemente un enorme fraude- Fue uno de los primeros en recibir un ejemplar del Sidereus Nuncius de Galileo —abril de 1610—, que dejó hojear a su "matemático imperial" Kepler, y el primero en recibir la solución al anagrama en el cual Galileo comunicaba a todos su descubrimiento de los anillos de Saturno, aunque se sospecha que algunos ilustres alquimistas hayan compaginado la transmutación de metales en oro con misiones de espionaje.
Dedicado por completo a sus entretenimientos y raras excentricidades —como coleccionar monedas, piedras preciosas, gigantes y enanos con los cuales formó un regimiento de soldados— se dejó dominar por sus favoritos y por los demás miembros de su familia mientras las arcas del Tesoro se vaciaban peligrosamente.